Madrid está plagada de huellas del País Vasco, con el que las conexiones han sido constantes, especialmente a partir del siglo XX, cuando el despegue económico de Bilbao se tradujo en constantes inversiones en la capital de España. Pero antes incluso se produce la irrupción de los frontones de pelota, de los que llegó a haber 30 en Madrid a finales del siglo XIX.
El único que ha sobrevivió es el Beti Jai. Su arquitecto, Joaquín de Rucoba (Laredo, 1844), utilizó el estilo neomudéjar y columnas de hierro, dos elementos muy habituales en los mejores edificios de 1894, el año de su inauguración. Estuvo muchos años abandonado e incluso ocupado por negocios de lo más diverso. Estuvo a punto de ser demolido y fue salvado por una carambola animada por el Ayuntamiento de Madrid, que ha invertido 5 millones en su recuperación.
En el blog de la constructora Ferrovial se puede apreciar el aspecto que tenía antes de su recuperación. Y éste es su aspecto actual:



En 1846 se inaugura en la Puerta del Sol la «Fonda de La Vizcaína», que hace referencia al origen de su dueña, Ramona Beldarrain. Fue una de las más reputadas de la ciudad durante muchos años, tanto como alojamiento como restaurante y era difícil encontrar habitación. A su muerte en 1869 pasó a denominarse Hotel de Inglaterra y hoy la recuerda una placa colocada en la calle que hace referencia a uno de sus huéspedes más conocidos: Hans Christian Andersen.

Otro vasco, el empresario minero Agustín Ibarra Lazcano, crearía en 1886 el Gran Hotel Inglés, que todavía sigue abierto en la calle Echegaray aunque actualmente está integrado en una cadena de origen balear. Está considerado como el hotel de lujo más antiguo de Madrid.

En 1870 se registra otro hito vasco-madrileño: la creación en Madrid de la sociedad «Urquijo y Arenzana» por parte de Juan Manuel de Urquijo Urrutia, procedente del valle alavés de Ayala. El que luego sería conocido como Banco Urquijo financiaría ferrocarriles, empresas eléctricas, mineras e industriales, incluida la mismísima Telefónica, y el desarrollo urbanístico de la zona de Argüelles, donde ahora se encuentra precisamente la calle Marqués de Urquijo. Su tío Estanislao de Urquijo y Landaluce fue incluso alcalde de Madrid y tiene una placa en su memoria en la calle Montera, 22. En la foto, la primera sede del Banco Urquijo en la calle Alcalá 47, hoy sede de la CNMV, obra del arquitecto bilbaíno Ricardo de Bastida, autor también de la antigua sede del Banco de Bilbao en la calle Alcalá 22, conocida por las cuádrigas de sus torreones y por los frescos de Aurelio Arteta de su interior.

La familia Urquijo figura también entre los primeros promotores de la Gran Vía, una avenida que se empezó a construir en 1910 y que no se concluiría hasta 1955. Entre los edificios que se construyeron en la primera fase están los dos situados en Gran Vía 4 y 6, de características neorrenacentistas o incluso neobarrocas, y propiedad íntegramente de Manuel de Urquijo Ussía. Llaman la atención especialmente sus majestuosos templetes. Allí estuvieron la sede de su casa bancaria y viviendas de alquiler.

La Gran Vía se fue llenando de edificios promovidos y/o edificados por vascos. El arquitecto bilbaíno Secundino Zuazo, autor también de los primeros edificios de los Nuevos Ministerios, haría el Banco Matritense (1919), el Palacio de la Música (1928) y el Café Zahara (1930). El también bilbaíno José Miguel de la Quadra Salcedo, tío del conocido aventurero, está detrás de los bloques de Gran Vía 31 (1927) y del Cine Avenida (1928). El bermeano Teodoro Anasagasti es autor de los Almacenes Madrid-París (hoy Primark), del Teatro Fontalba (1925) y de los edificios de viviendas de Gran Vía 36 (1925). Su suegro, José López Salaberry, era entonces arquitecto municipal y estuvo detrás de los principales desarrollos de la Gran Vía.


Capítulo aparte merece el Palacio de la Prensa, promovido por el empresario bilbaíno Horacio Echevarrieta, conocido especialmente por haber fundado Iberia, y obra de Pedro Muguruza en 1924, arquitecto de Elgoibar que ha pasado a la historia por ser el autor del Valle de los Caídos y del monumento al Sagrado Corazón de Jesús de Bilbao. El edificio era de Echevarrieta, que desarrolló prácticamente la mitad de la Gran Vía, pero toma su nombre del hecho de que la Asociación de la Prensa ocupaba una de sus oficinas. Los ladrillos de su fachada recuerdan mucho al Auditorio de Chicago.





El recorrido vasco de la Gran Vía no podía terminar sin hacer una mención a los hermanos donostiarras Joaquín, José María, Miguel y Julián Otamendi. Dos de ellos se encargaron de las dos torres de la Plaza de España, allí donde termina la Gran Vía, la Torre de Madrid y el Edificio España, que con sus 103 metros fue durante muchos años el más alto de Europa. Su vinculación con las inmobiliarias de los bancos de Bilbao y Vizcaya (actual Metrovacesa) explica su participación en otra larga serie de edificios.

Hay que tener en cuenta que la antigua Compañía Urbanizadora Metropolitana nació para urbanizar los terrenos de los alrededores de Cuatro Caminos que, metro mediante, quedaban a un paso del centro de Madrid. Los hermanos Otamendi, acompañados del Banco de Vizcaya, resultaron fundamentales en la construcción de esta primera línea del metro, cuyo primer consejo de administración parecía más bilbaíno que otra cosa: Enrique Ocharan (presidente), Venancio Echeverría, Antonio González Echarte, Miguel Otamendi, Dámaso Escauriaza, Carlos Eizaguirre y Tomás Urquijo.

Ya en los años setenta, la Compañía Urbanizadora Metropolitana y Vacesa (Vasco Central, SA), con la que terminaría fusionándose, estuvo detrás de la conformación de Azca, donde abundan edificios de oficinas con nombres como Gorbea o Sollube. Vacesa también urbanizó la colonia «La Florida», situada en terrenos del Monte del Pardo y junto a la autopista de La Coruña, y donde todas las calles tienen nombres vascos y especialmente relacionados con Getxo y Bilbao: Basauri, Sopelana, Rentería, Somera, Zumaya, Durango, Mondragón, Barrencalle, Amorebieta, Lequeitio, Lasarte, Motrico, Eibar, Berango, Deusto, Elgoibar, Azpeitia, Zarauz, Gobelas, Zumarraga, Ochandiano, Guecho, Ibaiondo, Zugazarte y Lamiaco.
Sea como fuere, no es el único distrito de la ciudad con nombres vascos. Cerca del aeropuerto de Barajas se encuentra la Ciudad Satélite Las Mercedes, cuyas calles tienen todas nombres de pueblos de Alava: Nanclares de Oca, Campezo, Yécora, Mijancas, Navaridas, Laguardia, Arcaute, Cigoitia, Zambrana, Bernedo o Samaniego. Al parecer el promotor fue un empresario riojano casado con una alavesa, Joaquín Martínez López. Y no muy lejos, junto al cementerio de La Almudena, hay un barrio muy modesto que se llama «Bilbao» con calles como Santurce, Ascao, Nervión, Achuri o Recalde. Al parecer, su nombre procede de una familia de la capital vizcaína que se instaló en esta zona.

Pero hay otro Bilbao en Madrid mucho más conocido. Es la Glorieta de Bilbao, donde también está la estación del metro Bilbao. Al parecer, este nombre lo puso el Ayuntamiento de Madrid en el siglo XIX en honor a Bilbao. Otra institución madrileña que recuerda a la capital vizcaína es el Atlético de Madrid. Precisamente Pedro Muguruza fue uno de los fundadores del Athletic de Madrid, entonces filial del Athletic de Bilbao y que de entonces conserva el nombre y los colores. Todos sus jugadores eran en aquel momento, en 1903, vascos que estudiaban en la capital y que querían mantener su afición deportiva.
En el capítulo arquitectónico habría que incluir muchos otros edificios madrileños de arquitectos vascos. Destaquemos especialmente a Alberto de Palacio, el autor del Puente Colgante de Portugalete, que está detrás del Banco de España, el Palacio de Cristal, la estación de Atocha y la fábrica de Osram. Otros arquitectos vascos con obra significativa en Madrid son Manuel Ignacio Galíndez (sede del Banco de Vizcaya en la calle Alcalá, de 1933, y Villa Thiebaut en María de Molina, 17, edificio único por su estilo Tudor, hoy perteneciente al Instituto de Empresa) y Manuel María Smith, autor de la Casa Garay (en referencia al propietario, Antonio Garay Vitorica, terrateniente y diputado de origen alavés), de estilo neo-regional y hoy sede del Colegio de Ingenieros de Caminos y Puertos. A destacar especialmente su torre montañesa, el tejadito de la entrada que recuerda a los caseríos y las ventanas arábicas.


Terminemos este repaso con la sociedad gastronómica Txoko-Zar, fundada en 1967 en pleno centro de Madrid en un edificio que se asemeja a un caserío. La Euskal Etxea de Madrid tendría también su propio txoko, lo que no ha eclipsado la actividad de este local solo para hombres que tiene inscrito un «aurrera» a su entrada.
